domingo, 26 de mayo de 2013

Un mundo bajo el sombrero

El sol andino obliga a protegerse, está claro, pero no es sólo por eso. El pueblo de la tierra, esta raza de bronce forjada en el surco, en la piedra, en el viento, vive debajo de un sombrero. 

Es el sombrero protector, es la sensación de llevar la casa siempre consigo, es la necesidad de hacer más manejable el universo que lo acoge, el mundo en el que habita.

Es el sombrero como identidad del pueblo al que se pertenece, al género, al trabajo, al clima… cada sombrero es una historia.  

Y debajo del sombrero, un mundo… Rostros sufridos, con aventuras apasionantes que brotan de cada arruga, de cada mirada. Rostros callados, que se comunican con la pausa y la sonrisa, con el silencio y la mirada tímida. Rostros endurecidos, curtidos, arados como la tierra que trabajan, quemados por el sol del que se protegen. Rostros esculpidos por el tiempo, por el frío, por el hambre, por el olvido. 

Y en cada rostro una memoria viva. Infinidad de recuerdos, agradecidos unos, arrepentidos otros. El peso de los años y el paso de la vida. Nombres y hazañas, sudores y frutos, conquistas y pérdidas. En cada rostro un mapa, un cielo estrellado, una peligrosa tormenta y una brisa calma. En cada rostro el universo entero dibujado, gravado, sembrado.

Debajo de cada sombrero se amontona un mundo de vivencias: traiciones, victorias, agradecimientos, dolores, esperanzas, muertes, celebraciones, mentiras, amores… El sombrero las protege, las alimenta, las cobija. 

El sombrero me recuerda que cada persona es un misterio, deseando darse a conocer, pero exigiendo, a la vez, un respeto sagrado a su intimidad, a su historia, a su tiempo, a su dignidad. 

miércoles, 22 de mayo de 2013

El pequeño adulto

Termina el horario de clases y comienza el tiempo de… trabajar. Aquí es complicado imaginar los niños y niñas jugando, descansando, perdiendo sanamente el tiempo. Las horas sin escuela no son propiedad del niño o de la chica, pertenecen a la familia, a la casa, a la tierra, a las ovejas. Pertenecen a la necesidad de colaborar con lo que sustenta a todos. Pertenecen al adulto que se va forjando dentro de tan tiernos cuerpos.

El trabajo, como fiel perrito, aguarda cada día al estudiante después de sus clases. Y el niño y la niña lo abrazan con su inocencia, con su creatividad ilimitada, la misma que muchas veces es frustrada y abortada en la escuela. Después de agotadoras tablas de multiplicar, de letras y sílabas que nada dicen, de conceptos venidos de otro mundo y que de forma alguna seducen la curiosidad innata de los niños, llega el momento de jugar a ser adulto o de ser adulto jugando, sin perder lo mejor de la infancia. 

La sabiduría del niño excede completamente las expectativas adultas. Ahí donde la persona hecha experimenta cansancio, rutina, obligación, frustración, el niño descubre una diversión. Entonces la escoba se transforma en arma para eliminar polvorientos enemigos, el rebaño de ovejas es una manada de esbeltos corceles cabalgando por las montañas, la tierra se ofrece como un campo abierto a la experimentación, a imaginarias aventuras, a conquistas y batallas para levantar castillos de cebollas, papas y maíz. 

El pequeño estudiante se transforma ahora en pequeña pastora, en pequeño campesino, en pequeña ama de casa o en pequeña cuidadora de los hermanitos menores. Sin dejar de ser niño ya conoce lo que significa cuidar del rebaño que garantizará el sustento de todos. Sin dejar de ser pequeño, comienza a experimentar la dureza de ser grande. Sin dejar de ser niña comienza a sudar el esfuerzo adulto. 

Y aunque sus pies y manos, diminutos todavía, ya estén curtidos por el frío y la tierra, oro cada día para que no se endurezca su corazón tierno. Que no se pierda la infancia de estos niños pastores, de estas niñas campesinas, de estos tiernos brotes obligados a madurar corriendo.

miércoles, 15 de mayo de 2013

Desfile de toros

Fiesta de San Isidro, el labrador, el que protege y bendice a los campesinos. Cada día, hombres y mujeres (y muchas veces también niños), abandonan sus casas antes de que el sol los salude. En la oscuridad silenciosa comienza su jornada. Un duro desafío les aguarda: arrancar de la tierra, su madre, los frutos que le garanticen la subsistencia. No hay ánimo de lucro (es difícil enriquecerse con la pobreza) ni deseo de acumular, la tierra sabe lo que sus hijos necesitan, aunque a veces las condiciones no le permiten cuidar de ellos como le gustaría. El sudor de sus frentes riega la tierra, devolviendo la savia que sus manos usurpan. Los animales ayudan en la faena. Son compañeros de camino, de esfuerzos, de necesidades, de oraciones y de fiestas. Los animales son para el trabajo, como sus dueños, como todos. El trabajo nos hace fuertes, nos torna sabios, nos vuelve creativos, nos humaniza. Los animales colaboran desde su obediencia noble, en un intercambio justo con quien de ellos se ocupa, pagando con trabajo los cuidados recibidos. Y de entre todos ellos destaca el más bravo, el más fuerte, el más orgulloso, el toro (que no buey). 
En el día del santo campesino, el protagonista es el toro. No para ser sacrificado, como en otras latitudes. Seguro que allí, desde su desarrollismo hipócrita y cínico, reirán al ver nuestros toros coloridos, engalanados, desfilando por la ciudad como héroes, siendo bendecidos a través del agua, fuente de vida y de fuerza. Seguro que el espectáculo del sacrificio cobarde les parecerá más “civilizado” que este desfile de toros adornados con mimo, con cariño, con agradecimiento. La mano que los guía sabe cuánto les debe. Por eso tienen que ser bendecidos, porque seguro que el Dios de los pobres también quiere que esos toros estén sanos y fuertes, para que puedan colaborar con sus dueños en el trabajo por una vida mejor, pobre, pero digna, en armonía con la naturaleza de la cual somos parte y a la cual nos debemos. La mano de Dios hoy actúa a través de San Isidro, el labrador, el protector de los campesinos, los hombres y mujeres de la tierra. Ah, y de sus tan grandes y nobles aliados, los toros. 

sábado, 11 de mayo de 2013

La heladora sombra

El sol andino quema la piel forastera, secando las huellas de una historia forjada en el bienestar y la comodidad frívola. La tentación llega con el nombre de “sombra”, encaminando mis pies y mis energías hacia la oscuridad protectora y placentera. Sin embargo, la naturaleza es sabia en estas altitudes y no tolera huidas ni mediocridades. Cuando el pequeño burgués que hay en mí busca el agradable frescor de la sombra, es recibido por un helador abrazo, un beso congelado que repele y asusta. En la sombra andina no hay espacio para uno, quizás sí para el encuentro cariñoso y fraterno de muchos, pero no para el cobarde ni para el egoísta que, huyendo del trabajo y del roce humano, busca donde refugiar su vanidad.

Es bajo el sol ardiente donde acontece la vida. Su amor quemante despierta nuestros mejores sueños y esfuerzos, nuestras esperanzas y afectos, nuestra humanidad más tierna. El sol nos quema y al mismo tiempo nos curte, ayudándonos a resistir en medio de tanta miseria, de tanta semilla maltratada, de tantas luchas frustradas. El sol que seca nuestra piel es el sol que nos iguala, nos asemeja, hermanándonos en el dolor, en el trabajo, en las marcas de la vida.

Quienes conocen el sabor de la tierra y han bebido por siglos el sudor ingrato del trabajo estéril, saben que el sol, Tata Inti, es vida y fuerza, padre protector y compañero fiel en la lucha por su dignidad ultrajada.

La sombra cautiva en la distancia, invitándonos a abandonar el esfuerzo, a renunciar a las causas comunes y dedicarse sólo al bienestar propio. Quienes conocemos de su poder seductor y alienante no dejaremos que su hielo nos paralice, que su egoísmo nos secuestre, que sus redes individualistas nos atrapen.

lunes, 6 de mayo de 2013

El viento

El viento nos trae noticias de otros paisajes; arenas e olores de historias lejanas. Él es quien mejor conoce los rostros y las voces, las luchas y los besos, los sufrimientos y las alegrías, las necesidades y las conquistas del pueblo de la tierra.
Sin haber sido invitado, el viento escrudiña los más íntimos rincones de cada hogar, de cada miseria, de cada pasión. Él sabe mejor que nadie de motivos y consecuencias, de sueños y fracasos, de traiciones y pasiones, de verdades y excusas, de las más ocultas tragedias y de cada grito de vida que llega al mundo.
Con sus estremecedores aullidos nos recuerda que a historia transcurre, que el tiempo pasa, que la vida continúa. Con las nubes de polvo que lo acompañan nos informa de realidades distantes, de geografías desconocidas, pero hermanadas por la tierra que nos envuelve.
A veces el viento nos avisa que un manto de vida está llegando, una bendición del cielo que hará surgir el verde, perfumando los sentidos y garantizando el sustento.
Nuestro anciano y siempre nuevo amigo insiste hoy en hacerse presente, anunciando un frío que ya llega, informándonos de que ya está llamando a la puerta de las montañas y los páramos. Hoy el viento se volvió helado. Mañana será duro, tendremos que trabajar mucho para que el invierno no destruya nuestros mejores sueños. No permitiremos que un eterno frío, instalado en el corazón acomodado, extinga para siempre al pueblo de la tierra.

miércoles, 1 de mayo de 2013

Inmensa e inocente

Su mirada inmensa e inocente
Como si el universo por completo
Estuviese concentrado dentro de ella
Como si un océano profundo
Inundase cada una de sus pupilas
Como si toda la historia
Pudiese ser comprendida desde su luz
Y en su silencio interpelante
Un interrogante imperioso:
- Cuáles son tus intenciones?

En su mirada
Inmensa e inocente
Una eternidad de frustración
Promesas incumplidas
Y sueños abandonados

A través de su mirada
Inmensa e inocente
Una esperanza que no muere
Un futuro que nos aguijonea
Una tierra que nos suplica