lunes, 9 de noviembre de 2015

Vivos y difuntos formamos parte de la Vida

Nuevamente llegó noviembre, con su esperada fiesta de todos los Santos. Para el pueblo de la tierra, estas fechas son muy especiales. Mucho antes de que la espada castellana llegase por estos parajes, imponiendo la religión única de la cruz, con su fundamentación filosófica occidental, estos pueblos vivían la conciencia de ser parte de una gran comunidad cósmica y existencial. La vida lo penetra y lo relaciona todo en este gran organismo dinámico. Esta vida se transforma y encarna en cada ser, en cada etapa de la historia, en cada intercambio relacional.

Dentro de esta cosmovisión, vida y muerte forman parte de un mismo ciclo existencial. No son etapas sucesivas, ni estados desconectados. En la muerte la vida se transforma, pero no se extingue. Al fallecer, la persona desaparece en su condición física, temporal, material o carnal. Sin embargo, su esencia, su vida no sucumbe, sino que parte para un viaje eterno, al encuentro de la Vida que no termina. Para ese viaje, el fallecido o su “almita” como aquí se dice cariñosamente, necesita ser despedido con respeto y cuidado. No cumplir con los ritos establecidos o hacerlo de cualquier forma, puede significar que su almita se pierda en el viaje o que ni siquiera lo emprenda, quedándose amarrada a una realidad que ya no es suya, trastornando de forma trágica el orden de la naturaleza.

Como todo lo que existe, este viaje de las almitas es también cíclico y no lineal. Aunque se supone que a los tres años del fallecimiento, el almita se va definitivamente, siempre retornará al encuentro de sus familiares. No se trata de una partida para no volver, sino que las almitas vuelven una y otra vez, porque nuestros antepasados siempre nos visitan. Alrededor del día de todos los Santos, una vez cristianizados los ritos, las familias deben alistarse para recibir a sus difuntos. Éstos, con una sagrada fidelidad, vuelven al encuentro de sus seres queridos para dejarse mimar por ellos, con alimentos, dulces, flores, cantos y oraciones. Se trata de una especie de parada en su viaje eterno, un volver para recuperar fuerza, memoria y afecto.

Elaborando los urpus
En estas fechas especiales cada familia debe preparar todo lo necesario, las figuras de pan o urpus (animalitos, wawas o niños, escaleras, etc.), los dulces, la chicha, etc. El día indicado la familia acude al cementerio para colocar su mast’aku, un pequeño mantel (aguayo) lleno de alimentos (urpus, dulces, frutas, etc.). Un banquete preparado para que las almitas puedan abastecerse y continuar en paz su viaje cósmico. El último día de las celebraciones, la familia despide a sus almitas, con una pequeña construcción hecha de caña, los últimos urpus y frutas son ofrecidos a quienes comparten el momento con ellos. La chicha bendice a las almitas, a la familia y a los acompañantes, con un deseo en el corazón de todos: que los vivos y las almitas sigan construyendo cada día una comunión que va más allá de la carne, de la historia y del tiempo. Después de la despedida, comienza el tiempo de las wallunk’as (columpios grandes en los que la mujer es balanceada hasta alcanzar un premio de los muchos que se ofrecen a cierta altura y distancia). El vaivén de las wallunk’as representa el viaje de las almas, un ir y venir constante mientras se camina hacia el corazón de la Vida, en el Wiñay Pacha o eternidad. Después de llorar, recibir y despedir a los difuntos, se recibe de ellos la fuerza y la fertilidad necesaria para continuar sembrando y disfrutando de la vida. La fiesta de la wallunk’a lo recuerda y celebra.

La Vida que lo impregna todo, se fortalece con estos gestos y estas fiestas. ¿Qué más puede querer la Vida sino que todo lo que existe se relacione y se sienta como parte de la misma familia, lo animado y lo inanimado, lo pasado y lo presente, lo material y lo espiritual? Sólo cuando sintamos en lo profundo de nuestro corazón esa comunión radical con el universo, podremos descubrir con claridad existencial (qué importa si no es racional) la presencia de la Vida en nuestras pequeñas e insignificantes vidas, ofreciéndonos todo lo que necesitamos para hacer de este mundo un paraíso de fraternidad y amor.

lunes, 12 de octubre de 2015

Aquí

En este lugar olvidado
Donde solemnes montañas
Guardan los nombres
De aquellos que sembraron
La vida con su sangre

En este lugar apartado
Donde ríos intermitentes
Nutren la tierra
Con el amor y el dolor
De una raza esforzada

En este lugar ignorado
Donde un sol progenitor
Resguarda la vida
Con pasión silenciosa
De quienes a él se confían

En este lugar renacido
Donde el futuro soñado
Despunta en el horizonte
Alimentando la esperanza
De un pueblo que no renuncia

sábado, 3 de octubre de 2015

Una vida bendecida por Tata Inti

El pueblo de la tierra vive de sus cultivos y de sus rebaños, especialmente de sus ovejas, de las que se aprovecha prácticamente todo. Después de la matanza, siempre rápida y cuidadosa, para infringir el menor sufrimiento posible, viene el momento de carnear la presa. Es una tarea que exige destreza, fuerza, cuidado y experiencia. Cualquier error puede echar a perder la carne, el cuero o las tan preciadas vísceras. Y cuando ya está todo listo y limpio, llega el momento de tender al sol lo que no se consumirá inmediatamente. Por muchos días las diversas presas, la grasa y el cuero permanecerán expuestos al sol, al viento y al frío. Sin importar la visita inoportuna y constante de las moscas, que curiosamente no dañan nada, la oveja ya carneada acompañará la vida de la familia, provocando la salivación nerviosa de perros y gatos, nutriendo la confianza de quien aseguró el alimento para las próximas semanas. Aquí no se bota nada, no se estropea nada, no se desperdicia nada. Tata Inti, Padre Sol, irá procesando el sustento familiar con paciencia y cariño, secando lentamente las fibras, extrayendo hasta el último resto de humedad que podría echar a perder la carne y, así, conservar el alimento para cuando sea realmente necesario. Tata Inti cumple con su misión como fiel protector que es de este pueblo. Unas veces es la carne, otras la oca o el camote, en su época será la quinua y el trigo, el maíz maduro o incluso lo que otros descartarían, como las pepas del durazno. Todo se procesa al calor del sol y éste, como experto y paciente cocinero, va multiplicando el azúcar de uno, el sabor del otro, prepara uno para que dure, otro para que se ablande. El pueblo de la tierra no necesita de electrodomésticos ni de tecnología para producir, conservar y enriquecer sus alimentos, le basta con la acción de su mejor compañero de caminada, Tata Inti.

Desde tiempos ancestrales, Tata Inti fue reverenciado como Padre y Protector, creador de la vida en todas sus formas. A él se le agradece por la vida y por lo que hace para cuidar de ella. Es un hermano, un compañero, el mejor aliado en el camino de la existencia. Inti es fuerza y energía, vitalidad y calor, salud y ánimo. Casi todos los días, al amanecer, hombre y mujeres salen de sus casa, abrigados, en busca del combustible diario. Pacientemente sentados, acompañan el despertar del Tata, recibiendo en su piel el beso cálido de sus primeros rayos. En silencio, a veces preparando ya el primer pijcho del día (de la sagrada hoja de coca), reciben el baño de la primer luz del día. Ese mismo sol los acompañará después en sus tareas diarias, en la marcha con sus rebaños, en el trabajo sobre la tierra o en las labores domésticas. Desconozco qué palabras y sentimientos surgirán en ese ritual mañanero que, sin duda, va mucho más allá de un simple hábito para calentarse. El pueblo de la tierra guarda un profundo respeto y afecto por este Padre Luminoso.

Desgraciadamente, siglos de colonización e imposición cultural y religiosa, demonizando lo que no entendían y persiguiendo lo que no encajaba en su visión reducida del mundo y del ser humano, produjeron un abandono progresivo de este cariño hacia Tata Inti expresado en ritos cotidianos, personales y comunitarios, forzosamente substituidos por otros ritos vacíos de significado. Sin idolatrías, sin panteísmos, sin divinizar nada ni nadie, el pueblo de la tierra sabe que todo lo que existe forma parte de un enorme sistema vivo, dinámico, en constante transformación y en un delicado equilibrio. Y sabe también que cada elemento es fundamental para que todo se conserve y, realizando cada uno su misión específica, puedan enriquecer y colaborar con el todo. Este pueblo no necesitó esperar a la física cuántica para conocer profundamente la realidad. En ese sistema, el sol tiene un papel fundamental, sin él, sin su presencia calurosa y luminosa, simplemente no habría vida. El pueblo de la tierra lo sabe y por eso lo agradece, pues de él depende y a él se encomienda cada día.

Una vez más, el estimado astro preparará la carne de la oveja sacrificada para que la familia pueda alimentarse y seguir trabajando, amando y luchando por una vida digna, en armonía con la Pachamama (Madre Tierra), siempre acompañados y bendecidos por Tata Inti.

miércoles, 23 de septiembre de 2015

A pocos días del aniversario de Anzaldo

Se acerca un aniversario más de nuestro Municipio de Anzaldo. Un año más de su creación. Una historia corta de 109 años, muy poco tiempo para quien proviene de una ciudad con más de 2000 años de vida como es mi caso. Hablamos, evidentemente, de una historia reciente según las cronologías oficiales y los documentos legales. ¿Hace cuánto tiempo que el pueblo de la tierra vive en esta región, construyendo sus vidas, sembrando su sudor, recogiendo el fruto de sus esfuerzos, levantando la bandera de sus sueños? La ambigüedad de la historia es siempre llamativa. Cientos, miles de años, son olvidados o, cuando menos, omitidos al conmemorar solamente los hechos oficiales de la historia. ¿Qué de nuevo y de bueno trajo a este pueblo la creación del Municipio? ¿Para qué sirve la vertebración administrativa de los pueblos? Especialmente cuando hablamos de pueblos con sistemas de organización propios, bien articulados, sencillos y eficientes para la consecución de sus fines, especialmente para la preservación del bien común.

Bolivia se debate en una contradicción interna de difícil solución. Por un lado se ha refundado el Estado Boliviano como un Estado Plurinacional, reconociendo las particularidades de cada nación, de cada pueblo, respetando su identidad y cultura, su lengua y organización, sus leyes y costumbres. Un Estado que fomenta la diversidad, la educación intracultural, intercultural y plurilingüe, desde los saberes y conocimientos ancestrales de los diferentes pueblos originarios. Por otro lado, seguimos inmersos en un modelo administrativo casi federal, herencia del liberalismo decimonónico, que fomenta el regionalismo, irrespetando los territorios originarios, dividiendo pueblos, homogeneizando las diversas culturas presentes en cada departamento.

En estos días hemos asistido al referendo para la aprobación o no de los Estatutos Autonómicos de algunos departamentos. Mayoritariamente la población ha dicho no a los mismos. Unos lo interpretan como un triunfo del centralismo, otros lo explican desde el desconocimiento y nula participación del pueblo en su elaboración. En cualquier caso se trata de la negativa del pueblo a unos estatutos que fortalecían el regionalismo, reproduciendo en cada Departamento la estructura administrativa y jurídica estatal. Un aparato administrativo duplicado, más funcionarios públicos, más intermediarios, más trámites, ¿será que ese es el mejor camino para la refundación de Bolivia?¿Realmente las estructuras de los estados modernos, occidentales, responden al proyecto de Bolivia: la creación de un Estado nuevo que rescate y potencie la identidad maltratada de los diversos pueblos que lo conforman? ¿No estaremos pretendiendo mezclar agua con aceite, un Estado Plurinacional con una Administración casi federal? ¿Será que sólo existe un modelo de aparato estatal que deba imponerse, incluso forzadamente, en todos los estados?

La historia oficial nos informa que dentro de poco celebraremos los 109 años de historia del Municipio de Anzaldo, pero el pueblo de la tierra lleva miles de años habitando, fecundando, trabajando y cuidando de estos cerros y valles. No lo olvidemos nunca, la política, la administración pública, la legislación, la economía, son sólo mediaciones. El pueblo es el fin, sus raíces e identidad, su vida digna y feliz en armonía con la Madre Tierra, en el momento presente y para las futuras generaciones. No celebraremos aniversarios del pueblo, pero sin él ni los municipios ni los estados existirían. Es al pueblo y a su convivencia armónica con los demás pueblos que nos debemos, para ello trabajamos y por ello nos desvivimos.

jueves, 10 de septiembre de 2015

“Cambia, todo cambia”

El periodo invernal está llegando a su fin. Los durazneros, como rosados algodones de azúcar, los jacarandás con su vestido lila y el intenso rojo de los chillijchis nos anuncian el inminente cambio de estación. Una nueva etapa se aproxima, dentro de este eterno ciclo de la vida. La misma etapa de tiempos pasados, pero renovada, actualizada. Así es el tiempo y la existencia en el Pacha Andino.

Con cada estación la naturaleza se transforma. Con cada decisión, la vida cambia. En cada palabra, en cada gesto, en cada encuentro, nos vamos reconfigurando. Todo nos afecta, nada nos es indiferente, siempre que conservemos nuestro corazón vivo. Con cada error, en cada afrenta, con cada conflicto, nuestras asperezas se van limando, nuestras aristas se suavizan y, si sabemos aprovecharlo, nuestro carácter mejora y maduramos. Nuestros pensamientos, gustos, hábitos, todo puede cambiar para facilitar una convivencia más armónica, para construir unas relaciones más fraternas. Tenemos la tendencia de esclerotizarnos, de aferrarnos a nuestros esquemas como si en ellos fuese nuestra vida, y sin darnos cuenta, el tren de la vida con sus oportunidades pasa a nuestro lado y se marcha. La naturaleza nos enseña una y otra vez que no hay que tener miedo al cambio, a la transformación interior. Las sequías nos endurecen, las lluvias nos vuelven productivos y generosos, el sol nos fortalece, el frío nos obliga a ser más profundos, el calor nos torna agradecidos y afables, la vida nos transforma, si le dejamos, si nos dejamos.

El frío está pasando y las flores engalanan ya el ocre predominante de nuestros paisajes. En pocas semanas llegarán las lluvias y el verde, oculto bajo el polvo del seco invierno, brotará de nuevo alegrando la vista y llenando de esperanza el corazón campesino. Cada estación, cada época, cada día es una oportunidad para el cambio. Cambiemos y dejémonos cambiar, moldeemos nuestros cuerpos, nuestro sentir, nuestro pensar y nuestras relaciones desde el futuro que deseamos. No nos prendamos a cadenas interiores, no carguemos pesos innecesarios, no obstaculicemos el ciclo de la vida que, también en cada uno de nosotros, quiere movilizar las mejores energías para producir los mejores frutos.

“Cambia, todo cambia” dice la canción tantas veces escuchada en la voz de nuestra recordada Mercedes Sosa. Y la misma continuaba: “pero no cambia mi amor…”. Que se transforme todo dentro de nosotros, todo lo que sea necesario, todo lo que nos dificulta, lo que nos problematiza, lo que nos refrena; pero que no cambien nuestras mejores convicciones, nuestros sueños, nuestros deseos más humanos, más altruistas y profundos. Que cambie en nosotros todo lo que nos enfrenta, lo que nos distancia, lo que nos lastima; pero que no cambie nuestro amor, nuestra habilidad para superar los conflictos con abrazos y sonrisas, nuestra alegría y nuestro ánimo, nuestra necesidad de compartir la vida, nuestra capacidad de sentir en la propia piel la piel del otro.

El frío va menguando, la primavera se acerca y la tierra toda se transforma. La Vida nos ofrece una nueva oportunidad para florecer, para abrirnos a una nueva realidad, sin perder la esencia, sin abandonar las raíces, pero transformándonos en nuevos frutos que endulcen el paladar y la vida de nuestros hermanos y hermanas.

jueves, 20 de agosto de 2015

La orgullosa sencillez

En diversos momentos he escuchado a autoridades políticas de nuestro Municipio manifestar sus deseos de que Bolivia llegue, en poco tiempo, a rivalizar con países “del primer mundo”, o de que tengamos aquí el nivel de vida (imagino que se refiere a nivel de consumo) de países europeos, o incluso, que Anzaldo pueda organizar eventos como lo hacen otros municipios pudientes del Departamento. Cuando oigo ese tipo de propuestas y expectativas surge dentro de mí un interrogante: ¿Será que no han entendido todavía que el proyecto de Bolivia es otro? ¿Será que estas autoridades han comprendido y creen en el proyecto liderado, con todos sus defectos y ambigüedades, por nuestro presidente? ¿O será que todavía seguimos mirando a los países ricos y la sociedad del bienestar como modelo, aunque sabemos de sobra que se trata de un modelo excluyente y depredador (para unos pocos y con una perspectiva de futuro muy limitada)?

La realidad de Anzaldo refleja muy bien, como la mayoría de los pueblos pequeños y pobres del país, el proceso de cambio que Bolivia está viviendo. ¿Cómo garantizar la vida digna, los servicios básicos, la justicia social y la sustentabilidad para nuestra gente y para las futuras generaciones, sin renunciar a la propia identidad, al estilo de vida, a la cultura y tradiciones, a la manera de entender la vida, el universo y las relaciones? ¿Cómo hacer para que toda la población alcance ese ideal del Buen Vivir, sin que a nadie le falte lo necesario y asegurando una relación armónica y recíproca con la Madre Tierra? El desafío es enorme: demostrar al mundo que el único modelo realmente universal, en el presente y para el futuro, es la sobriedad como ideal (no la riqueza), la economía al servicio de la justicia social (y no del lucro), la política como herramienta para el bien común (y no como profesión), la educación como laboratorio de la nueva persona y la nueva sociedad (y no como fábrica de piezas para encajarlas en el sistema).

Mientras sigamos aspirando a ser como los que nos depredaron, los que nos expoliaron y después nos abandonaron; mientras sigamos soñando con ser lo que no somos ni podemos llegar a ser; mientras continuemos alimentando sueños de grandeza, de riqueza, seguiremos despreciando nuestra realidad pobre, esforzada, humilde, comunitaria, ancestral, espiritual. Las claves para el futuro no se encuentran entre quienes construyeron su bienestar con la sangre de millones, pues será un futuro para unos pocos, alimentado con la miseria de la mayoría. El modelo no está entre quienes devoran a sus vecinos, lejanos y cercanos, entre quienes se encierran y aíslan, mientras se inmiscuyen sin pudor en la vida privada de personas y estados. El mañana mejor para todos no debe tener el acento de quienes siguen saqueando a los más pobres, de dentro y de fuera, rindiendo culto a un lucro desmedido, antropófago y sin ninguna finalidad fuera de él. 

En Bolivia estamos reinventando el modelo. No tenemos todas las respuestas y, mucho menos, las soluciones a todos los problemas de hoy. Sin embargo tenemos claras algunas cosas: como que la felicidad no se mide por el nivel de consumo; que la riqueza, en un mundo de recursos limitados, nunca podrá ser para todos; que la economía debe satisfacer las necesidades y no crearlas para vender lo que se produce sin necesidad; que la justicia social debe ser la primera meta de cualquier proyecto político o económico; que vivir con sencillez, en solidaridad con los semejantes y en armonía con la Madre Tierra, debe ser motivo de orgullo de quienes todavía resisten y se revelan contra el modelo único.

miércoles, 5 de agosto de 2015

El retorno

Con el frío en la piel, el sol en la mirada y la tierra en el corazón. Dejando atrás sus casas, sus campos, sus afectos y sus esfuerzos. Cansados por el trabajo compartido, por la colaboración espontánea en los quehaceres domésticos y agrarios. Cansados pero felices, con sus rostros resplandecientes, iluminados por una sonrisa llena de esperanza, de futuro, de vida. Ascendiendo por los cerros o descendiendo por las quebradas, recorriendo kilómetros de tierra y roca, cargando unas pocas cosas para enfrentar la semana. Así van llegando nuestros niños, niñas, adolescentes y jóvenes a su segundo hogar, al internado donde residen, donde juegan, estudian y crecen. Juntos aprendemos a construir una gran familia, enfrentando conflictos, compartiendo alegrías y fracasos, emociones y afectos, trabajos y conquistas.

Cada viernes es para ellos un retorno al trabajo duro, a la vida esforzada, al hogar humilde, al calor familiar. La cocina de leña, el humo en el alma, el jergón compartido, las ovejas amigas, el perro fiel y vigilante, unas pocas familias vecinas, un mundo pequeño y conocido que se lleva en la sangre, una comunidad que es referencia, raíz y savia en la vida de cada persona de esta tierra. Volver a casa es regresar a la tierra propia, a “mi lugar” como aquí le dicen, a la cuna de la identidad propia, al útero donde se forjaron los valores, las emociones, los sueños y las esperanzas. En su lugar cada persona encuentra a su gente, alimentando la memoria con historias y aventuras, con sufrimientos y luchas, con amores y cantos. En su lugar la gente se siente comunidad, pueblo, raza. 

Cada domingo llega el retorno al internado, a la vida organizada, a los horarios establecidos, a los hábitos obligados. Es el tiempo de reencontrarse con las amistades, con quienes no son tan cercanos, con quienes hay que aprender a convivir, con quienes surgirán conflictos, forjando las actitudes necesarias para la construcción del bien común. Volver al internado significa salir del pequeño mundo familiar y comunitario para abrirse a una enorme familia, con las grandezas y las miserias de cualquier familia, pero a lo grande. Aquí se descubren y educan las actitudes personales, el carácter de cada quien, los mejores y peores hábitos. Todo queda a la vista cuando tenemos que enfrentarnos a una convivencia tan intensa y multitudinaria. El internado es para muchos una segunda casa, sin la precariedad del hogar familiar, sin los contratiempos de quien vive al día, sin los sobresaltos de quien no tiene asegurado el sustento básico. Aquí no falta nada, ni alimentación, ni lo necesario para la higiene, para el estudio o, incluso, para el juego y el tiempo libre. Todo en su justa medida, sin excesos, sin derroches y sin carencias. Se trata de una sobriedad que educa, exigiendo el cuidado por parte de cada uno, el uso adecuado para que a nadie le falte.

La vida de nuestros niños, niñas y adolescentes es un constante retorno. También lo será, para ello trabajamos, su vida después de la escuela y del internado, cuando vuelen hacia nuevos destinos para continuar su formación. Cuando elijan volver a sus raíces para ofrecer lo que recibieron, lo que construyeron, lo que desarrollaron en otros lugares. Un retorno para vivir y trabajar en su tierra, con su gente y al servicio de su pueblo.

miércoles, 20 de mayo de 2015

Las omnipresentes ovejas

Bien tempranito, cuando el sol apenas asoma por encima de los campos, desperezando con calma su ardiente cuerpo, los rebaños de ovejas comienzan a atravesar las calles del pueblo, dirigiendo sus lanas hacia los pastos frescos de los cerros y pampas.

En todas las comunidades rurales, así como en muchas casas del pueblo, los animales comparten destino con las familias, en una convivencia perfecta, recíproca, respetuosa. Ovejas, burritos, toros, a veces chivos, forman rebaños multirraciales, armónicos, respetuosos de las diferencias. La persona que los pastorea, normalmente una mujer con sus perritos, no necesita de muchas herramientas ni de muchos esfuerzos para orientar tan variado rebaño. Una piedra arrojada aquí o allá, una voz que rompe el silencio y los animales reorientan sus pasos a voluntad de quien los guía. Y siempre en las manos pastoras, una rueca acompañando los pasos, girando obsesivamente para formar el hilo de lana que, posteriormente, tomará vida en el telar.

La oveja y el toro son, quizás, los animales importados que mejor se han adaptado a la vida de este pueblo. La primera ofrece lana, leche, cuero y carne, convirtiéndose en fuente fundamental de materias necesarias para la vida. Hasta sus pezuñas sobreviven para acompañar la música y las danzas en las fiestas más tradicionales. El toro, por su parte, es fundamental en el trabajo de la tierra. Su fuerza no tiene igual. Pero cuando llega el momento de la necesidad, su carne puede alimentar por muchos y muchos días. De su cuero se fabrican las mejores cuerdas que existen, metros y metros extraídos mediante un certero corte en espiral.

Durante el día, pequeños rebaños de ovejas pueblan los caminos, las pampas y los cerros. Cada día recorren kilómetros y kilómetros, buscando el pasto más fresco y el agua más clara. Siempre acompañados por quien los pastorea, en silencio, a distancia, confiando en su docilidad, pero siempre atento a cualquier señal de que algo puede pasar. Tal vez sea un zorro en las proximidades, o un gato salvaje merodeando, e incluso, en los parajes más cálidos, un aterrador puma. Los perros ayudan en la tarea, adelantándose al rebaño para oler peligros u observando desde la retaguardia para guardar las espaldas. Sin prisa, con la cadencia y el cuidado que produce la conciencia de caminar sobre la Madre, la pastora guía su rebaño, en silencio, hilando la lana que abrigará a la familia, pijchando la coca que le da la fuerza. Y junto a ella, si las tiene, las wawitas, correteando con los perritos o durmiendo feliz en el aguayo materno cuando las fuerzas escasean. 

Es verdad, la ovejas tienen una gran responsabilidad en el proceso creciente de desforestación y desertificación de nuestra tierra. Pero es verdad, también, que las ovejas son media vida para nuestra gente. Como en todo lo humano y en todo lo que los humanos tocamos, la ambigüedad se hace presente. Lo que favorece la vida del pueblo, al mismo tiempo le perjudica, quizás no de forma inmediata, aunque ya ahora sufrimos los efectos de siglos y siglos de pastoreo. Las mismas ovejas que nos alimentan y abrigan, son las que producen hambre y sed al pueblo que las cuida. Realmente, en este mundo no existe nada totalmente bueno, ni nada totalmente malo. Y cuando intentamos juzgar la realidad desde esa bipolaridad, acabamos cometiendo las mayores injusticias y creando los más terribles fanatismos.

Las omnipresentes ovejas nos evocan que somos ambiguos. Los rebaños multirraciales nos reafirman la necesidad y la riqueza de la diversidad. Y las mujeres que los pastorean nos recuerdan que en este planeta la Tierra es Mujer y Madre, y que la vida procede de ella, aunque la historia la sigamos escribiendo los hombres.

viernes, 1 de mayo de 2015

La wathya

La cosecha de los frutos de la tierra comienza temprano, con la familia o la comunidad reunida en actitud agradecida en torno a la vida sembrada, cuidada y ahora ofrecida por la Pachamama, como un regalo inmerecido, como un gesto maravilloso de amor de la Madre hacia sus hijos e hijas de este pueblo.
Inmediatamente después del ritual de agradecimiento y bendición a la Pachamama comienza el trabajo. Mientras la mayor parte se dirige a extraer su futuro del vientre materno, otro más reducido comienza a construir el horno de piedras para la tradicional wathya con la que repondrán las fuerzas después de la dura jornada. El proceso es lento y exige del máximo cuidado. No caben en este momento las prisas ni las improvisaciones. Las manos inexpertas deben colaborar acarreando piedras, de diferentes tamaños y formas, para que las manos adiestradas puedan levantar con una facilidad y destreza impresionantes el horno que cobijará el alimento del día.

Piedra a piedra, alrededor de un pequeño hoyo excavado en la tierra. Las grandes abajo para soportar el peso y sustentar a las más débiles. Cada piedra tiene su función: las cuadradas para dar sustentación, las alargadas para ir cerrando la cúpula, las pequeñas para cerrar los huecos y conservar el calor, las planas para sujetar a las más irregulares y dar estabilidad. No hay una piedra que no tenga su misión, su sentido y su finalidad en este pequeño universo que las manos morenas van formando. Bien ajustadas, apretadas, formando un único cuerpo, un único ser, para soportar el calor que vendrá, para asegurar el sustento de quien, con cariño y esperanza, seduce cada día a la tierra, fecundándola con su sacrificado sudor.

Una vez que el horno está construido, lo suficientemente fuerte para soportar sobre su lomo el peso de una persona, llega el momento de encender su fuego interno. Como si de un enamoramiento se tratase, palito a palito, ramita a ramita, se va conformando el nido que acogerá la pasión, la fuerza y la explosión de vida fruto de esta unión perfecta del pueblo con la tierra. El fuego tiene que ir aumentando, armoniosamente, cuidadosamente, seduciendo cada piedra, besándolas con timidez primero, con ardor después y con arrebatada pasión al final. Y como un útero fértil, las piedras van acogiendo el calor creciente, sacrificando su frialdad y su rudeza, exponiéndose a una explosión fatal, renunciando a su aspecto recio y cubriéndose lentamente del negro hollín, sucumbiendo para gestar el alimento necesario. Fuego y piedra se abrazan, se entrelazan, se fortalecen mutuamente para acoger los frutos de la tierra que llegarán.

Cuando el interior del horno se vuelve totalmente negro, hay que apresurarse, reuniendo más ayudantes para la etapa final en la preparación de la wathya. Con sumo cuidado, con decisión y energía hay que abrir el horno desde arriba, haciendo caer hacia fuera el mayor número posible de piedras. Una vez abierto el seno fértil, ardiente, dispuesto, se colocan los diversos frutos extraídos de la tierra. Papas, habas, camote, zapallo, lo que la tierra haya ofrecido generosa. También puede entrar una olla llena de la que será una de las mejoras sopas que hasta hoy comí. Una vez colocadas la olla y las papas, hay que apretar de nuevo las piedras más grandes, sobre ellas los frutos menores, las piedras pequeñas y, finalmente, la tierra, cubriendo completa y perfectamente el útero ardiente. No puede salir ni un poquito de humo, no debe escaparse ni un respiro de calor. Y sobre la tierra bien apretada una piedra plana que anunciará que la cocción ha culminado, que el alimento está listo, que la fiesta de la cosecha y la fraternidad tendrá un final feliz, cuando la familia o la comunidad extraiga del seno de la tierra su sustento.

Ahora es necesaria la paciencia. El fuego, las piedras, la tierra deben realizar su trabajo. El esfuerzo anterior ha servido para que sepan cuál es su función y la cumplan sin error, sin reclamo, sin riesgo. Se espera trabajando, como siempre, arañando la tierra, recolectando el futuro, alimentando la esperanza. Y cuando menos se espera, alguien avisa que la piedra está mojada, que el tiempo se ha cumplido y comienza la fiesta. En ese instante se detiene el trabajo, todos se reúnen alrededor de la ubre ardiente y, con cautela y agilidad extrema, se retira cada capa de tierra y de piedras hasta llegar al corazón, donde aguarda el alimento listo y dispuesto.

Después del esfuerzo del día, del sol abrasador, del polvo asfixiante, de hormigas enfurecidas y espinas traicioneras, ha llegado el tiempo del descanso, compartiendo el almuerzo caliente, sabroso, con olor a fuego como la piel de este pueblo, con sabor a tierra como el corazón de esta gente, abundante para poder invitar a quien pase o viva cerca, porque no hay mayor alegría para el pueblo de la tierra que poder ofrecer un copioso plato de comida a quien lo visita. La chicha, las risas y los cuentos pondrán el broche de oro a este antiguo ritual, anticipación del banquete universal y eterno al que somos invitados todos los pueblos, todas las razas, comiendo el fruto de nuestro trabajo, sin nadie que pase necesidad, sin nadie que se guarde lo innecesario.

martes, 10 de marzo de 2015

Nuevos aires

Una brisa fresca me detuvo hoy en mi camino. No podría definirla ni por el aroma, ni por la fuerza, ni por alguna otra característica llamativa. Sin embargo, traía algo diferente, alguna noticia importante portaba, algún propósito especial tenía. Parado en medio de la calle, con los ojos cerrados y los pulmones llenos, parecía un enamorado suspirando por su amor perdido o un loco de media noche contemplando la belleza de su compañera la luna. 

Más tarde, con la tranquilidad del trabajo hecho, en un momento de descanso y paz, retomé el sabor de aquella brisa. Muchas ideas, experiencias, rostros, nombres y sonrisas pasaron por mi memoria afectiva. Pero no terminaba de encontrar la clave para descifrar tal enigma.

Recuerdo ahora que estamos en un periodo de cambio profundo en nuestro colegio y en nuestro municipio, reflejo de ese otro cambio mayor que vive el país desde hace unos años. En pocas semanas tendremos un nuevo gobierno municipal y, poco después, un nuevo director académico en nuestro querido Calasanz de Anzaldo. Estoy seguro de que serán cambios transcendentales. En este momento lo que menos necesitamos son políticas conservadoras, decisiones continuistas o estilos trasnochados. El país, Anzaldo, el Calasanz necesitan de alguien que lidere un verdadero cambio, profundo, radical. Comenzando por las estructuras sociales, económicas, culturales, y llegando hasta las conciencias, los paradigmas morales, los valores y las actitudes. Parece que el país, a pesar de sus limitaciones y defectos, ha encontrado ese líder, con un proyecto de Estado digno de ser divulgado en este mundo tan acostumbrado a destacar las estupideces e ignorar las cosas realmente importantes. El mundo, especialmente occidental, ignora a propósito lo que en este país se está construyendo, pero no escatima esfuerzos para difundir cualquier error, extravagancia o chiste de nuestros gobernantes y de nuestros pueblos. El mundo occidental está ciego de prepotencia y terminará ahogándose en su propia soberbia.

A nivel local, en mi humilde opinión, carecemos de ese proyecto y de esas personas que caminen y hagan caminar, con el corazón en la tierra, la mirada en el horizonte y las manos junto a otras manos, construyendo un municipio próspero (para garantizar la vida digna de toda su población), donde se respeten los derechos de los más vulnerables (las mujeres, los niños y niñas, las personas ancianas), priorizando la producción, la justicia social, la educación, el desarrollo sostenible y la inversión ecológica. Dentro de pocos días elegiremos alcalde y concejales. Personalmente no creo en las siglas ni en los colores, creo en las personas, en sus vidas, en su ejemplo y en sus luchas. Espero que nuestro pueblo sepa elegir.

También nuestro colegio vive la expectativa del cambio de director. No sabemos todavía cuáles serán las decisiones del Ministerio de Educación para el nombramiento de directores, pues el primer intento no ha dado los resultados necesarios. Independientemente de cuáles sean estas decisiones, como entidad titular del Colegio Calasanz, los escolapios clamamos por una persona utópica, idealista, que sueñe y trabaje por una revolución educativa, que se atreva a arriesgar, a crear, a inventar. Desde hace unos años venimos realizando esfuerzos considerables para que nuestros educadores y educadoras puedan conocer otras experiencias educativas, para que puedan abrir su mente y quebrar sus paradigmas. Ahora falta que todo esto se transforme en un virus institucional que infecte la estructura organizativa del colegio. ¡Bonito y necesario desafío!

La educación católica lleva demasiado tiempo apostando por modelos educativos comerciales, elitistas, conservadores, con fines únicamente económicos o de engrandecimiento del nombre, buscando prestigio y éxito en el desalmado mundo de la competitividad educativa. La educación católica no puede seguir bendiciendo y garantizando una sociedad excluyente, origen de todas las violencias. Gracias a Dios en Bolivia es posible responsabilizarse de colegios sin que pierdan nada de su esencia pública, gratuita, popular. Sin embargo, aquí tenemos otras tentaciones que enfrentar y superar. 

Una brisa fresca me besó el rostro mientras caminaba por la calle. Son tiempos de cambio. No sé si era eso lo que quería anunciarme, no sé si su intención era despertar mi esperanza o alertar mi conciencia. Lo cierto es que me detuvo en medio del camino, elevó mi alma más allá de la tierra, me hizo olvidar por un momento los lodos y las piedras, oxigenó mis sueños de un futuro mejor para todos y fortaleció, aún más, mi vocación de educador revolucionario. Porque si no educamos para revolucionar el mundo, ¿qué falta hacemos?

miércoles, 4 de marzo de 2015

Agradeciendo la cosecha

Secado de la carne de oveja al sol para su conservación.
Este año está siendo fecundo. La tan difícil combinación de sol y lluvia ha sido muy productiva en este verano. La papa grande y abundante, el choclo crecido y prometedor, el durazno copioso y dulce, el trigo en pleno crecimiento y rebosante de verde, las habas y arvejas bonitas, la quinua enorme, todo son señales de que las cosechas de este año están siendo abundantes.

Nos han visitado, sin embargo, algunas granizadas con su estruendo destructor, pero afortunadamente no han sido tan terribles como otros años. La sabiduría popular dice que cuando cometemos alguna falta muy grave, cuando una comunidad o alguna persona realiza algún acto aberrante, la naturaleza nos castiga con su ira de granizo, para que todos sepan que hay algo que reparar, que hay un desequilibrio moral que restablecer. Lo cierto es que no han faltado granizadas, pero sus efectos no han sido tan desastrosos como en otras ocasiones. 

Es hermoso circular por los caminos de nuestro municipio, contemplando el paisaje vivo, brillante, vibrante. El verde colorea todos los rincones, cerros, quebradas. Los ríos muestran sus mejores gestos, una sonrisa plateada y mansa o un rostro enfurecido y turbio cuando la lluvia arremete en los cerros. Hierbas y arbustos, cactus y árboles, todos se suman a la fiesta veraniega y se visten de gala en esta multitonalidad de verdes.

En esta explosión de alegría es necesario volver la mirada a quien nos da la vida, a nuestra Pachamama que nos sustenta y cuida, a Tata Inti que nos protege y vivifica. Y a través de ellos a nuestro Tata Dios, quien mantiene el equilibrio de este delicado y maravilloso universo, quien atraviesa todos los seres y se manifiesta en todas las cosas, quien se nos revela en cada abrazo, en cada esfuerzo, en cada canto, en cada rostro.

El pueblo de la tierra sabe rogar y agradecer, celebrar y llorar, amar y sufrir. Hoy es momento de elevar los ojos al sol, de prolongar el corazón hasta el horizonte, de ofrecer lo mejor a la tierra y agradecer por el fruto del trabajo, por el alimento garantizado, por la vida compartida.

lunes, 16 de febrero de 2015

En los pies, la vida

Disfrazados de tierra
Heridos de esfuerzo
Engalanados de orgullo
Curtidos de espera
Quemados por la rabia
Bendecidos por el amor

Así son los pies de este pueblo
Así es la vida de mi gente

En cada paso, un llanto
En cada semilla, un sueño
En cada esfuerzo, un ruego
En cada fruto, un canto
En cada abrazo, un cielo
En cada muerte, un verso

Así son los pies de esta raza
Así es la vida del pueblo de la tierra

domingo, 1 de febrero de 2015

Reiniciando el camino

Un nuevo año escolar comienza. El internado que durante este tiempo de vacaciones parecía triste y abandonado, se llena de nuevo de gritos, carcajadas, música y correrías. Es emocionante ver el rostro de quien llega por primera vez. Una mezcla de miedo, desconfianza y curiosidad brota de su mirada ingenua y exploradora. En pocos días abandonarán los recelos y se sumergirán en la rutina del estudio, el juego y la convivencia con más de doscientos iguales.

Llegan con poco peso, en la mochila y en el cuerpo, con las manos y los pies llenos de horas y días de trabajo, llenos de tierra, de esfuerzos, de vida. Su piel, curtida por el sol del verano, refleja los paisajes ocres de nuestra tierra andina. Llegan con la ilusión del reencuentro con las amistades, a quienes sólo ven en este pequeño mundo del internado. Con ellas construirá sueños, enfrentará conflictos, alimentará confidencias y, sobre todo, crecerá como persona. Llegan con la expectativa de un nuevo curso escolar, de nuevos profesores y nuevas materias, con toda la carga de temores y prejuicios que los inunda por dentro. No es fácil sacar adelante los estudios en este ambiente de carencia, de falta de estímulo y de limitaciones económicas. Padres y madres saben lo importante que es el estudio para sus wawas, especialmente quienes no pudieron recorrer más que unos pocos años por la escuela de su tiempo. Sin embargo, todos comprendemos que la vida escolar, no digamos la universitaria, es como un viaje a otro planeta para la mayoría de nuestros pequeños campesinos y de nuestras niñas pastoras.

En plena temporada de lluvias, con la papa crecida y prometiendo copiosas cosechas, con el trigo recién sembrado y el choclo iniciando la floración, todo a nuestro alrededor tiene olor a vida. Aunque no siempre todo es bueno o beneficioso. En medio del calorcito del verano (tenue en estas alturas) y de las bienvenidas lluvias, de vez en cuando nos visita el granizo, con su amenazante estruendo y una luminosidad engañosa, bajo la cual acontece la tragedia en las chacras y los campos. Así es todo en esta vida, toda cara tiene su cruz, toda luz crea su sombra, todo parto provoca un inmenso dolor. Este pueblo sabio y humilde me ha enseñado que la verdadera sabiduría consiste en aceptar la ambigüedad de la realidad, hasta llegar a entender la lógica de este universo vivo y dinámico, que se reproduce en cada ser y en cada persona.

Un nuevo año escolar, una nueva familia de más de doscientos hijos e hijas, un nuevo desafío que enfrentar, con la certeza de que valdrá la pena si lo vivimos con el corazón en las manos y el amor en los labios.